Algunas noticias educativas recientes circularon con un poco más de viralidad y curiosidad que lo habitual. Por un lado, los colegios jesuitas de Cataluña, en donde estudian más de 13 mil alumnos, decidieron alterar por completo el espacio del aula, eliminando exámenes y horarios, y reemplazando materias por proyectos. Será una implementación gradual, pero en una única dirección. Por otro lado, también se supo que Finlandia, uno de los sistemas educativos más admirados y con mejores resultados en las pruebas internacionales PISA, continúa avanzando convencido hacia la idea de eliminar por completo para el año 2020 el ordenamiento disciplinar escolar (matemáticas, física, geografía, etc.), reemplazándolo por un ordenamiento alrededor de sucesos.
Resulta extraño que las noticias más osadas y atrevidas desde el punto de vista innovativo posean un perfil tecnológico tan poco visible, o que el rol de las tecnologías disruptivas aparezca en un segundo plano, casi sin protagonismo alguno. En principio, ambas iniciativas se presentan, más que nada, como una suerte de reordenamiento interno de los chicos, las aulas y los objetivos de aprendizaje. Sin embargo, desde una perspectiva histórica, una explicación es posible y una mirada más elaborada es conveniente.
Si analizamos lo ocurrido en los últimos 25 años en el mundo, nadie durará en afirmar que la creación de internet en 1992 figura como uno de los grandes acontecimientos de la historia de la humanidad. Internet, una red de redes, una interfase que habilitó a que todas las redes cerradas dialoguen entre sí intercambiando paquetes de información, derribó por completo y para siempre una práctica y creencia de largo arraigo en la humanidad, hipótesis de conflictos, guerras y motivo de diseño de todo tipo de organizaciones y estrategias: que quien tiene acceso a la información, tiene poder, y tiene poder de mando y capacidad de dominación.
En ese escenario de orden de cosas, los esfuerzos de tiempo, recursos y organización por adquirir y manipular información llevó a que personas e instituciones se hayan especializado y sofisticado en esa capacidad. Desde la Iglesia hasta una compañía multinacional, desde los periodistas hasta los médicos, desde el Estado Nación hasta un laboratorio, desde una ONG hasta la Escuela, todos los actores quedaron (quedamos ) sujetos a la misma hipótesis, y diseñaron trayectos en una misma dirección. Siguiendo la lógica Newtoniana del conocimiento científico disciplinar, de la causalidad lineal, todos buscaron posicionarse en ese tablero de distribución de poder en el mundo, hasta internet. Internet, una tecnología simpática en su nacimiento, una fenómeno gringo para 1995, con 85% de los internautas de ese país, un problema de brecha digital entre haves y have-nots para el año 2000, ya con más de 350 millones de usuarios, hoy ya alcanza a más del 40% de la población mundial. Lo iniciado, entonces, en la década del 90, acompañado por el nacimiento de los motores de búsqueda, en donde Google ocupa un lugar destacado a partir de su aparición, en 1998, permite caracterizar a ese período como la década de la conectividad.
A ese primer período, de lenguaje muy tecnológico, binario, de unos y ceros, de capacidades de almacenamiento y costos de equipamiento, impulsado por mentes ingenieriles y cerebros izquierdos, le sucedió un período dominado por la conversación social, y por los espacios de co-creación. ¿Qué es una red social sino un espacio co-creado por sus usuarios? La primera década del presente siglo se inaugura con Wikipedia, en 2001, un fenómeno verdaderamente contracultural, y que ya hoy nadie discute. De hecho, 9 años más tarde de la creación de este gran espacio enciclopédico construido gracias a la sabiduría de las multitudes, y que actualmente reúne más de 40 millones de definiciones en más de 250 idiomas, la Enciclopedia Británica anunció el abandono de su publicación en papel. La década 2.0 y de la conversación social está dominada por los nacimientos de Facebook, Youtube, Linkedin y Twitter, compañías que menos de 1o años más tarde salieron a la bolsa y lograron record de capitalización bursátil (a marzo de 2015, Facebook, Linkedin y Twitter cotizan en forma conjunta más de us$ 300 mil millones).
Esta década social se construye sobre 2 o 3 creencias muy claras. Primero, que no solo se puede recibir información en cantidades ingentes (beneficios de la década anterior), sino que se puede crear información, de buena o mala calidad, verdadera o falsa, interesante o irrelevante, sin filtros ni editor alguno. El fenómeno del blogging explota en este período, en paralelo al nacimiento del concepto del prosumidor, aquel que consume y produce al mismo tiempo. Segundo, que la privacidad ya no es tal, tanto en el plano personal como institucional. La mejor prueba, el caso Enron. Repentinamente, todo se volvió poroso y transparente. Y, por último, que el poder de las instituciones heredadas del siglo anterior entra en discusión y disputa, poder que podrá ser capturado por quienes tengan la capacidad de llamar la atención de una forma más original, más visible, desde espacios participativos más navegables y menos invasivos. Esta década, la de la conversación, el diseño de interfases amigables y el desarrollo de plataformas sociales, simples y divertidas, es el período en donde el poder se vuelve a poner en disputa en la sociedad. No debe resultar extraño, entonces, que dicho período de tiempo remate, en 2010, con la primavera árabe y el movimiento de indignados en el mundo.
Y, finalmente, llegamos a la década actual, un momento histórico que encuentra al mundo conectado en red, en estado permanente de conversación des-intermediada y sin editores, y que rechaza sistemas anticuados de organización del poder que no den cuenta de los problemas de la humanidad. La década actual, los 10, es un momento re fundacional o de búsqueda de los nuevos valores y significados de los impulsos colectivos del ser humano.
Desde el Papado de Francisco, avanzando hacia la periferia y lanzando Scholas Ocurrentes con el fin de proveer espacios de encuentro, hasta las instituciones educativas Ivy League, reunidas en torno a iniciativas MOOC, de pronto, todos nos encontramos inmersos en una gran Ágora de discusión de significados y de creatividad colectiva. Mientras la tapa de Time nos anuncia que ya nació el niño que vivirá 142 años, nos volvemos a preguntar sobre el sentido de la vida, de esta vida en donde la antigua vejez nos encontrará en la mitad de nuestra vida, en donde para el año 2030 nos encontraremos con 2/3 de la fuerza laboral del mundo trabajando en forma independiente. No hay dudas que es un momento de replanteo de creencias de largo arraigo, discusión en la cual y de un modo imperfecto aunque visible, participa toda la gente de lo desea a través de los likes, los posts y las viralizaciones.
En este preciso momento, leer noticias como las de Finlandia y Cataluña no debería sorprender ni parecer extemporánea. ¡Todo lo contrario! "Con el actual modelo de enseñanza tradicional, los alumnos se están aburriendo y están desconectando del sistema, sobre todo a partir de sexto de primaria", explica el director general de la Fundación Jesuitas Educación (FJE) de Cataluña, Xavier Aragay.
La escuela a la que hace referencia Aragay se integra a un conjunto de instrumentos y convenciones del que se valió el hombre para aumentar sus posibilidades de supervivencia y progreso, y así mejorar por sobre las generaciones anteriores. Como creación artificial del ser humano, la escuela se especializó en apartar del ambiente y del contexto algunas partes de ese entorno, aislándolas y volviéndolas, supuestamente, más inteligibles. Por lo tanto, el aula se constituyó en un espacio simulado de eventos y ocurrencias, nutrido en forma organizada (disciplinas) y regulada (ordenamiento etario de los alumnos) por información arbitrariamente seleccionada y recordada (currícula escolar), separada del contexto que completaba su significado. Y justamente esa lógica, la de un aprendizaje vaciado de significado holístico y contextual, es la que se rechaza abiertamente en el actual contexto de interconectividad (el 30% de los jóvenes que abandonan la escuela en la región a las 15 y 16 años, lo hacen porque la escuela les aburre), y la que están intentando rescatar iniciativas como las de Finlandia y Cataluña.
No hay dudas que estamos viviendo la década de la búsqueda del significado de nuestras instituciones, y ¡bienvenido que así sea!
Por Juan Maria Segura para Cengage Learning Latinoamérica
Marzo, 2015