¿Es un fracaso la educación por competencias?

“Uno de los defectos de la educación superior moderna es que hace demasiado énfasis en el aprendizaje de ciertas especialidades, y demasiado poco en un ensanchamiento de la mente y el corazón por medio de un análisis imparcial del mundo”. (Bertrand Russell)

Una competencia es, según el proyecto DeSeCo (Definition and Selection of Competencies) de la OCDE, encargado de definir y seleccionar las competencias: “La capacidad de responder a demandas complejas y llevar a cabo tareas diversas de forma adecuada. Supone una combinación de habilidades prácticas, conocimientos, motivación, valores éticos, actitudes, emociones y otros componentes sociales y de comportamiento que se movilizan conjuntamente para lograr una acción eficaz”.

Es una definición en apariencia bastante completa, lástima que los sistemas educativos no hayan sabido implementarla y que hoy la educación por competencias se haya convertido en un galimatías que pocos entienden y que muchos menos saben cómo aplicar y sobre todo cómo evaluar.

Algunos especialistas opinan que, tanto el desconocimiento del concepto de competencia como su establecimiento en el ámbito educativo, pudieran ser explicaciones válidas para justificar el supuesto fracaso de esta metodología. En cambio otros alegan que el fracaso viene dado porque en el fondo de este método, subyace la ideología de una economía neoliberal interesada en que las instituciones educativas se conviertan en centros de adiestramiento para el trabajo, de los que egresen personas poco pensantes, pero dóciles y con la porción de conocimiento y las destrezas suficientes para aceptar empleos precarios y mal pagados. Tal vez por eso era importante que la metodología se implantara desde preescolar y tal vez por eso han proliferados tantas instituciones de educación superior que más bien parecen institutos de capacitación.

La educación por competencias llegó a las aulas sin el consenso de los verdaderos protagonistas del hecho educativo, nadie les preguntó y nadie los consideró a la hora de instaurarlas, de manera que tuvieron que iniciar sin una capacitación a fondo y sin que lo entendieran del todo. Hicieron del ensayo y el error una forma de trabajo y en muchos casos acabó imponiéndose la simulación.

Por otro lado, tampoco contaron con el apoyo de su autoridades, ya que, según los involucrados, pocos son los que conocen a fondo el tema de educación y pocos también lo que tienen la mística que debieran para desempeñarse en esos puestos, que en su mayoría son ocupados por políticos. Es comprensible, pues, que si las autoridades no dominan el tema educativo, no sean los mejores interlocutores en los foros donde se debate el establecimiento de nuevos métodos o de cualquier otra cuestión relacionada con el mundo de la educación.

 Es cierto que la educación no puede desvincularse de su contexto social, pero tampoco puede perder su finalidad, tal como consta en el Artículo 3º constitucional: “(…) tenderá a desarrollar armónicamente todas las facultades del ser humano (…)” por tanto, fragmentar el conocimiento en porciones no es la mejor manera de conseguirlo, como tampoco lo es supeditar los conocimientos al saber hacer, o limitarlos únicamente a lo que sea significativo para el alumno, ya que, con esa visión reduccionista de la educación, cada vez es más bajo el nivel de nuestros estudiantes.

Si queremos ciudadanos librepensadores y críticos, con la misión de construir una mejor sociedad, tenemos que empezar por rescatar saberes que han sido eliminados del currículum y métodos con los que el alumno aprenda de verdad y cuya formación sea realmente integral. Como bien dijo Rabindranath Tagore: “No es tarea fácil educar jóvenes, en cambio, adiestrarlos, es muy sencillo”

La enseñanza por competencias es rescatable en la capacitación de operarios y personas que necesitan un adiestramiento en cualquier oficio. También funciona muy bien en carreras técnicas donde el saber hacer tiene más peso que el saber; sin embargo, capacitar no es educar, así que habría que revisar con cuidado si con esta metodología el sistema educativo está a la altura de los nuevos retos o si únicamente retrocedió al tipo de educación que se impartía en la era industrial. Édgar Morín habla de tres grandes desafíos educativos actuales: el cultural en el que se debe reunir la ciencia y las humanidades; el Sociológico que considere el conocimiento como capital humano y el cívico que desarrolle el sentido de la responsabilidad y la solidaridad. No son los únicos pero estos están bien planteados.

Afortunadamente, los países que adoptaron esta metodología empiezan a cuestionarla seriamente y uno de sus principales críticas es que no tiene un sustento pedagógico o filosófico, por mucho que quieran emparentarla con el constructivismo. En México se está gestando un nuevo modelo educativo, así que hay que confiar en que los especialistas no perderán de vista que la educación es un bien social y que la globalización no será excusa para ponerla al servicio de la economía mundial o de intereses ajenos a su verdadera esencia.

Formar personas libres, con pensamiento crítico, que respeten y acepten la diversidad y que desarrollen la capacidad de transformar la sociedad, apoyados en una escala de valores compartidos por todos los que intervienen directa o indirectamente en dicha formación; requiere mucho más que un método que siga los lineamientos del mercado laboral. ¿Por qué está fracasando el modelo por competencias? porque como muy bien dijo Freire: “La educación necesita tanto de la formación técnica, científica y profesional como de sueños y utopías”.

Texto original: http://bit.ly/1CHUGFK
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