En 2014 se estrenó un film titulado Frontera, que trata el drama de una familia mexicana que, al cruzar ilegalmente a los Estados Unidos, sufre injustas acusaciones y queda envuelta en una trama de muerte y corrupción. El film no resulta original en su temática ni abordaje, pues desarrolla una historia trillada y sobreutilizada en Hollywood. Sin embargo, de una forma notablemente actual y aún sin proponérselo, nos permite traer a discusión el concepto de la frontera, no solo de una Nación, sino como concepto cultural extensible al plano de la educación.
La frontera es un concepto genérico trascendental del ser humano, en especial del hombre moderno. De acuerdo a la definición del diccionario de la lengua española, la frontera es tanto el confín de un Estado y la línea divisoria entre dos estados, como un límite o línea que separa dos cosas, marcando la extensión de cada una de ellas. La frontera integra, porque reúne dentro de sus límites a las partes sueltas, pero también separa, porque aparta y señala agrupaciones diferentes. La frontera encierra y restringe, porque crea espacios físicos o conceptuales que, en el tiempo, quedan condicionados en sus relaciones inter partes a las culturas, prácticas y consensos creados alrededor de sus elementos constitutivos, pero también contiene y otorga entidad desde el momento que hace reconocibles a las integrantes como partes un tono más complejo y distinguible.
Cuando pensamos en la frontera de un país, entre México y Estados Unidos para el caso del film señalado antes, los conceptos se hacen claros y tangibles. Las fronteras físicas, sin bien son arbitrarias y, por lo tanto, convenciones del hombre, son fácilmente reconocibles, aunque no necesariamente explicables y menos aún satisfactorias. La línea que separa estos dos países, al igual que la muralla China, los Pirineos, la Cordillera de los Andes, el Canal de la Mancha o, en su momento, el muro de Berlín, son límites arbitrarios resultantes de un proceso histórico de tensión y disputa finalmente aceptados como válidos hasta tanto no se los reconozca más como tales. El muro de Berlín ya no existe.
La educación, al igual que los Estados, está plagada de fronteras y convenciones. La escuela, sin ir más lejos, es un espacio físico que integra un conjunto de elementos, prácticas y actores que, por definición está separado por medio de una frontera de un mundo externo en donde no se aprende, o no se aprende tanto, o, como mínimo, no se aprende de la manera en que se hace dentro de ella. Ese es el concepto fundante de la escuela, la de un especio novedoso de integración de elementos que favorecen la emergencia de un aprendizaje en particular que no ocurre de manera natural y espontánea en el mundo real, externo. Dentro de la escuela, la separación de los alumnos también se realiza por medio de fronteras, de edad y ubicación física, que son los grados. El diseño curricular, por su parte, es un armado arbitrario de tópicos y conceptos presentados con separaciones claras y contundentes, sin diálogo alguno entre ellos. La geografía no dialoga con la matemática, y esta no lo hace con la botánica ni con la instrucción cívica. Esta forma de organización disciplinar, a su vez, proviene de un método de conocimiento científico, organizado disciplinarmente, que crea e ilumina desde un núcleo de conceptos y saberes centrales hacia la periferia, borde, límite o frontera de ese conocimiento o saber particular. Los docentes y maestros, por su parte, operan ya desde adentro de esa organización territorializada, circunscribiendo su práctica a espacios muy específicos de sub sistemas también demarcados por fronteras.
Como se puede apreciar, tanto los Estados como las escuelas han evolucionado y profesionalizado su práctica a partir de una cuidadosa definición y férrea defensa de sus fronteras. Embebidas en esa lógica y convención de la época, lograron evolucionar a la largo de un período histórico similar, llegando a constituirse en instituciones dominantes del siglo pasado.
Hasta que un día se creó internet, y todo cambió.
Las fronteras que representaron ese territorio de disputa de poder tan bien descripto por el historiador Paul Johnson, de pronto se volvieron porosas y difusas. Y, ya menos controlables porque la información se comenzó a filtrar por todas sus fisuras, dejaron de contener. Mientras los regímenes totalitarios del norte de África cedieron ante esta nueva realidad, Cuba abandonó paulatinamente su cerrazón y China occidentalizó su sistema de producción. Este debilitamiento de las fronteras como confín de un Estado ocurrió en paralelo a la emergencia de grandes y activas comunidades en línea, tan poderosas como lo fueron los Estados en los 70. Y de pronto, emergieron los ciudadanos digitales. Hoy usted puede hacerse ciudadano digital de Estonia sin siquiera viajar o conocer su territorio. En esta definición, ¿dónde quedaron las fronteras que daban entidad de ciudadano, con bandera e himno?
En educación, la llegada de internet también operó en el mismo sentido: debilitando a sus instituciones y actores. Un día, la oferta de educación en línea se masificó, emergieron las MOOCs (cursos abiertos masivos en línea, por sus siglas en inglés) y el libró físico de fronteras claras (tapas, hojas, principio y fin) se convirtió en lectura hipertextual abierta. De pronto, comenzamos a hablar menos de uno enseñando y más de como muchos aprenden siguiendo trayectos individuales de aprendizaje.
Los gobiernos sin fronteras claras debilitan tanto a sus funcionarios como la escuela sin frontera debilita a los administradores y profesionales de la educación. La Comunidad Económica Europea y el Parlasur deben ser interpretadas desde el punto de vista político institucional de la misma manera que deben ser consideradas en la educación las corrientes de investigación y práctica a favor del aprendizaje no formal e informal, y la inclusión dentro del sistema de actores e instituciones que históricamente se alojaron más allá de la frontera de educación (museos, talleres, clubes, parques públicos, fábricas), lejos de las regulaciones y normativas.
Avanzamos a paso firme hacia un mundo sin fronteras, o al menos sin las fronteras que nos sujetaron y catalogaron (y hasta nos enfrentaron) durante tanto tiempo. Se avizora un tiempo histórico sin precedente, en donde deberemos admitir, por ejemplo, que la educación en línea no es contraria a la educación presencial, sino que crea una nueva forma de presencialidad en la red, mediada por tecnologías. Y así, con tantos otros conceptos.
Discutir desde dogmas de conceptos fronterizos anticuados nos impedirá reconocer, por ejemplo, que un ciudadano de Juárez y otro de El Paso, o un chileno patagónico y un argentino patagónico tienen tanto en común como un aprendiz de 15 años y otro de 68, unidos a través de una misma plataforma virtual, persiguiendo los mismos objetivos de aprendizaje.
Mientras termino de redactar esta columna, recibo una invitación a participar de un Congreso bajo el título La internacionalización universitaria: las nuevas fronteras de la educación superior en América Latina. Me pregunto a cuáles nuevas fronteras hará referencia. ¡Continuará!
Por Juan María Segura, Agosto 2015