La encrucijada educativa

La educación en Latinoamérica está en la encrucijada. Es un dato sostenido largamente por la evidencia de los malos aprendizajes (PISA, TERCE), los pocos días de clase (120 días en algunos casos), el abandono escolar (por encima del 45%), la repitencia (del 30% al finalizar la educación primaria), los paros docentes y la ausencia de Políticas de Estado de calidad. Sin dudas es la crisis educativa más importante de los últimos cien años, no solo por el hecho de que los 8 sistemas educativos medidos por PISA ubican a la región a la cola del ranking en aprendizajes de chicos de 15 años, sino porque el dato se produce en un momento de gasto récord como porcentaje del Producto Interno Bruto.

Estar en la encrucijada no es un tema para pasar por alto con liviandad. Las encrucijadas son momentos críticos, estresantes, inciertos, decisivos, en donde mucho se pone en juego, ya sea a nivel personal como colectivo. Nadie se siente a gusto en la encrucijada, y todos harían lo indecible por evitarla. Sin embargo, lo que no se puede hacer es negarla. Entonces, ¿por dónde empezar?

Tal vez un buen punto de partida para aceptar que estamos en la encrucijada es reconociendo aquello que no estamos discutiendo. Si somos capaces de eliminar opciones, tal vez podamos delimitar al problema, dimensionar el desafío colectivo y, a partir de allí, focalizar el accionar de los diferentes actores.

Claramente no estamos discutiendo sobre tecnologías buenas o malas. Usted se podrá sentir sobrecogido por las máquinas y superado por los artefactos electrónicos, y no lo culpo. El ecosistema de equipos, pantallas, conexiones inalámbricas, fibras ópticas, impresoras 3D y demás aparatos parece sacado de una película de ciencia ficción. Sin embargo, no es el punto central de la discusión. Es como creer que discutir sobre un libro es discutir sobre la calidad del papel o la tinta utilizada, y no sobre sus ideas o proposiciones.

Tampoco estamos discutiendo si debe ser el sector privado o el estado el que deba gestionar la educación de una Nación. Creo que esa discusión es necesaria y, eventualmente, útil. En Chile la están enfrentando con madurez, bajo la forma de la delimitación del lucro en la educación. De hecho, fue un tema central de campaña de la actual Presidenta Bachelet y uno de los ejes de su gestión de gobierno. Sin embargo, no creo que este tema sea el que estamos intentando plantear aquí.

Tampoco intento convencerlo de algún abordaje o institución en particular. Una MOOC, Duolingo, Kuepa, Minerva o la Ron Clark Academy no son tanto casos de éxito como caminos posibles, abordajes originales, puentes culturales útiles que merecen atención. Pero no mucho más. Soy muy reticente a afirmar que tal cosa es un éxito y tal un fracaso. Las evidencias me persuaden más, y las series de tiempo me permiten ver desde diferentes lugares una misma implementación. Por ello, en estos casos, entienda las hipótesis que les dieron vida y haga su propio seguimiento a través del tiempo. Pero no se quede atrapado en estos pocos casos, pues la encrucijada trasciende este muestreo pequeño.

Por supuesto que tampoco estamos enfrentando currículas entre sí. Los núcleos de aprendizajes prioritarios, definidos en forma centralizada, tal vez estén bien pensados y concebidos, y se articulen adecuadamente entre sí. Pero, en la práctica, no dan los resultados esperados, produciendo aprendizajes tenues y no logrando revertir un derrotero institucional que se pronuncia a cada rato. No estamos a la búsqueda de EL currículum, como tampoco lo estamos a la búsqueda de EL sistema educativo óptimo. Soy totalmente incapaz de decirle si conviene más Finlandia, Canadá e Israel, o menos Corea, Japón o Singapur. No invalido lo que hacen estas Naciones, ni dejo de respetar y admirar los resultados que obtienen, pero sostengo que la encrucijada de la región, y la de cada país en particular, es diferente y que por ello amerita una mirada propia.

Es claro que la intención no es hacer un enjuiciamiento de prácticas, conductas ni formatos; mi único objetivo es poder ir al meollo de la discusión: en esta encrucijada educativa regional discutimos sobre ¡nuestros hijos! Discutimos también sobre ¡el futuro de nuestros hijos! Y sin dudas discutimos sobre ¡nuestro rol como adultos y educadores!

Nuestra encrucijada es clara: qué educación diferente de la actual creemos que conviene brindar a nuestros hijos, y qué rol creemos los adultos que debemos desempeñar en esa nueva educación. Nos guste o no la tarea, nos sintamos cómodos o incómodos con la tecnología, comprendamos o ignoremos la normativa vigente. Esta encrucijada nos interpela respecto del tipo de comunidad que deseamos consolidar y, en última instancia, de la Nación a la cual aspiramos.

En algún momento de todo este barullo hemos perdido la capacidad de hablar de educación cuando estamos hablando de educación. El tiempo fue acentuando esta práctica, llevando a muchos adultos educadores de raza aunque no institucionalizados dentro del sistema a desentenderse del tema por considerarlo ajeno. ¡Grave error!

La batalla en favor de la educación de calidad, además de librarse en la lectura de un poema, la resolución de una ecuación matemática, la interpretación de una pieza musical y el proceso de aplicación a una universidad, también se juega en una sobremesa familiar, en el patio del vecino, en la vereda, en la discusión de una problemática de actualidad de cualquier tipo, y en la tarea escolar de cada día. Y allí todos los adultos, no solo los profesionales de la educación, tienen un rol determinante.

Al hablar de la encrucijada de nuestros países, debemos hacer referencia a los aprendizajes pero en un sentido amplio, embebidos en valores, y también en significados. Si nuestros hijos y jóvenes son quienes darán forma definitiva a la sociedad que aún visualizamos de una manera tenue, borrosa y poco precisa, pues son ellos y no nosotros, los adultos, quienes colonizarán el siglo que comienza.

El tránsito desde esta encrucijada hacia un territorio en donde sea posible repensar la educación, refundar la escuela y reconstruir lo que quede en pie una vez que pase el tsunami, solo será manejable si somos capaces de alentar la emergencia de una nueva generación de líderes estratégicos verdaderos, que dignifiquen el trabajo, abracen los valores que nos trascienden y hagan renacer en la sociedad el amor por el servicio hacia el prójimo. No necesitamos ni falsos profetas, ni ministros carismáticos, ni chapuceros tecnológicos. Debemos alejarnos un poco del prime time, de los followers y los trending topics, y mirar hacia adentro nuestro como sociedad. Allí hay que buscar, y desde allí hay que construir estereotipos útiles para la sociedad, en especial para los jóvenes.

Juan María Segura, Junio 2015.

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