Minerva, y más allá

Para quienes actuamos en educación, la discusión de la innovación es cosa seria y trasciende por mucho a los fierros y plataformas de moda. Y no es una discusión teórica, sino práctica, de tangibles y entregables.

Cuando, entre tanto ruido y sobreabundancia de información, vemos emerger un formato integralmente concebido que da cuenta de los desafíos de la disciplina y que captura con precisión los principales avances de la ciencia, tecnología y pedagogía, nos llenamos de entusiasmo y optimismo. Esos sentimientos son los que deberían despertarnos Minerva Schools at KGI.

Minerva es una universidad de reciente creación en San Francisco, USA, que persigue el objetivo de desarrollar líderes globales con sensibilidad cultural y habilidades para dar respuesta a los grandes desafíos que tiene la humanidad. Hasta aquí nada original y hasta algo pretensioso. La pregunta central es, ¿cómo se propone hacerlo? O, mejor dicho, ¿qué ofrece de original o innovador como para poder arrojarse esos objetivos y anhelos de una forma más creíble que el resto de los jugadores del mercado, todos de larga tradición y reputación?

Bueno, todo en Minerva es innovador, pero aquí solamente me enfocaré en tres elementos.

En primer lugar, su diseño curricular. Bajo el liderazgo del decano fundador Stephen M. Kosslyn, una de las diez mentes más brillantes de neurociencia en el mundo y creador de la teoría de los hábitos de pensamiento del cerebro, la Universidad ha logrado estructurar una arquitectura de cursos, orientaciones y sistemas evaluatorios, alcanzando un diseño curricular pedagógico que se proponer explícitamente desarrollar las capacidades de análisis crítico, pensamiento creativo y comunicación efectiva. Sus investigaciones en Harvard y Stanford, en donde fue profesor investigador y directivo por décadas, le pemiten a Kosslyn y a Minerva presentarse como la propuesta curricular que más precisamente da cuenta de la necesidad de desarrollo de graduados con habilidades blancas o aplicadas, demanda que empresas y organizaciones de la sociedad civil llevan reclamando hace ya más de 15 años. El trabajo realizado por la asociación P21 (The Partnership for the 21st Century Skills) es particularmente importante en este aspecto, y ha logrado influenciar el diseño escolar de más de la mitad de los estados de USA.

En segundo lugar, el uso de la tecnología. Minerva no solo ofrece un sistema de aplicación completamente en línea y sin costo, que incluye la realización de exámenes cognitivos y no cognitivos, además de una entrevista online, sino que además desarrolló una plataforma de estudio a través de la cual se cursan la totalidad de las materias core. El sistema de enseñanza, por lo tanto, es online sincrónico, y la participación de los alumnos, ya sea debatiendo, respondiendo preguntas publicadas por el docente, o participando de encuestas y votaciones, queda registrada, permitiendo que docente y alumno puedan luego trabajar en la comprensión y diseño de trayectos individuales de aprendizaje. La plataforma está diseñada para no admitir más de 20 alumnos por clase virtual, favoreciendo con ello la implicación y participación de todos los alumnos en el proceso de aprendizaje individual y grupal. Tanto el fundador de Minerva, Ben Nelson, como el fondo inversor Benchmark Capital, que aportó los us$ 25 millones iniciales con los que la Universidad comenzó a funcionar, ambos pertenecen al corazón del Silicon Valley y se mueven con comodidad en el mundo de los bits and bytes, así que no debe sorprender que Minerva esté concebida como una empresa con tecnología de avanzada, inteligentemente integrada al proceso central de aprendizaje.

Por último, la concepción del campus universitario o, mejor dicho, la idea de que el campus es un estorbo más que una ventaja. En Minerva, el campus es la ciudad, pero no la misma ciudad, sino las siete ciudades en donde los alumnos viven a lo largo de toda su carrera: San Francisco, Berlín, Buenos Aires, Hong Kong, Mumbay, Nueva York y Londres. Minerva desalienta la creación de un campus universitario como lo conocemos por dos motivos: primero, sostiene, porque los campus crean barreras edilicias e ideológicas que dificultan que los alumnos experimenten las culturas locales y desarrollen sensibilidad y empatía. Si Minerva desea desarrollar líderes con sensibilidad cultural y cosmovisión, en vez de elevar barreras debe eliminarlas. Por ello, a pesar de que los alumnos conviven en residencias de la universidad en cada una de las citadas ciudades, si desean ir al teatro, al bar, al museo, al estadio, o a la biblioteca, pues debe sumergirse entre la cultura de cada sitio. Y la segunda razón es económica. La matrícula de cualquier universidad de elite debe cubrir no los costos específicos de estudio, sino también el estadio de béisbol y los grandes edificios y espacios verdes de los campus, que permanecen prácticamente cerrados durante el 25% del año. Este fenómeno, entre otros, ha hecho crecer el nivel de deuda agregada en educación dentro de los Estados Unidos hasta valores exorbitantes.

¿Por qué es importante, entonces, Minerva para los educadores? Porque, si funciona, se convertirá en la pieza del Mecano que hará cambiar la discusión de educación superior para siempre. Este comentario, que comparto plenamente, me lo reveló casi en confidencia un miembro del directorio de una importante universidad privada de Colombia. Minerva puede ser la bisagra que separe el tiempo histórico de la educación superior en un antes y un después.

Entonces, Minerva es importante tanto por lo que puede venir a continuación, como también porque permite comprobar genéricamente que la innovación no es una discusión teórica de trasnochados ni despechados del sistema, sino una realidad de nuestros tiempos en la que debemos trabajar coordinadamente una gran cantidad de actores: educadores, proveedores, diseñadores de políticas públicas, líderes de opinión, inversores y padres. ¿Están usted y su organización haciendo lo propio?

 

Por Juan Maria Segura

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